
Julio Rodríguez López
El complicado panorama económico general resultó perturbado en el pasado mes de septiembre por el programa propuesto por la efímera primera ministra británica, Liz Truss. Las consecuencias del programa en cuestión resultaron desestabilizadoras y perturbaron la estabilidad financiera no sólo del Reino Unido. La ya ex primera ministra británica tomó posesión de su importante cargo político el 6 de septiembre de 2022. A las tres semanas de su mandato, Kuartang, nuevo ministro de Economía, presentó un programa de actuación económico que decidió la suerte de la primera ministra y que también ha supuesto un golpe considerable a la reputación del partido conservador británico, ahora en el poder.
Va a costar trabajo a los británicos borrar el pésimo efecto que la política de Liz Truss en general y su política económica en particular han provocado entre mercados e inversores
El programa económico citado, que se presentó como un “minipresupuesto” incluía una reducción de impuestos de alrededor de 45.000 millones de libras esterlinas y un importante programa de gasto destinado a reducir el impacto del más alto coste de la energía a empresas y a hogares. El programa citado no iba acompañado por el habitual informe de la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria, lo que implicaba que apenas se había tomado en consideración el alcance real de las medidas propuestas.
Dentro de estas últimas destacaba la reducción del tipo máximo del impuesto sobre la renta desde el 45% hasta el 40% para las familias con ingresos superiores a 150.000 libras anuales y la eliminación de la elevación prevista para las cotizaciones sociales de las empresas, todo lo cual apuntaba a la materialización de un elevado déficit en una economía ya ampliamente deficitaria como es el caso de la británica. Como señaló el FMI, el programa fiscal propuesto podría generar un reparto bastante más desigual de la renta entre los hogares británicos, además de provocar una fuerte inestabilidad financiera en el Reino Unido.
La reacción de los mercados no pudo ser más rápida. Destacó primero la devaluación sufrida por la libra en los mercados de divisas. Después, los bonos públicos sufrieron una fuerte rebaja de su valor en los mercados. Esto último implicó un importante encarecimiento de los tipos a pagar por el Tesoro británico en las nuevas emisiones de deuda. Simultáneamente se produjo un intenso proceso de recuperación de los ahorros invertidos en los fondos de inversión, lo que aumentó los tipos de interés de los bonos públicos en poder de dichas entidades, al tener que vender los fondos los títulos, básicamente deuda pública, en los que colocan la mayor parte de sus activos.
Ante los indicios de posibles quiebras en las empresas citadas, estas amenazaron con vender masivamente títulos de renta variable en los mercados, lo que hubiese agrandado el alcance de la crisis. Ante esta situación se produjo una fuerte intervención del Banco de Inglaterra, que en poco tiempo adquirió deuda pública por encima de los 30.000 millones de libras. El anuncio del Banco de Inglaterra de que a partir de una fecha concreta iba a dejar de comprar los bonos públicos citados provocó reacciones defensivas en los mercados, responsabilizando el gobierno británico al Banco de Inglaterra de la situación de nerviosismo creada en tales mercados.
En menos de una semana desde la presentación del programa económico citado, la primera ministra cesó al ministro de Economía autor del controvertido programa económico. En su lugar designó al conservador centrista Jeremy Hunt, que en poco tiempo presentó un programa alternativo, en el que se eliminaban las rebajas fiscales y se advertía de que el programa de gasto anunciado, que nunca había sido presentado con demasiado detalle, iba a sufrir importantes recortes. La reacción de los mercados resultó favorable al programa corregido, aunque tanto la evolución de la libra como la de los precios de los bonos públicos y los tipos de interés de la deuda pública británica en general han acusado desde entonces una clara volatilidad.
Un documento denominado “Britania desencadenada”, editado recientemente por los elementos más radicales del partido conservador, recogía los principios que inspiraron el desafortunado programa presentado por Liz Truss y su efímero ministro de economía. En dicho documento se defendía volver a las raíces ‘thatcherianas’ del partido conservador británico, destacando el peso en el mismo de los recortes de impuestos, de las reformas por el lado de la oferta y el objetivo del logro a toda costa de un mayor ritmo de crecimiento, eliminando cualquier debate sobre el reparto de la renta, sobre la situación de la mujer y sobre la distinción norte-sur.
Se ha considerado que el programa de Liz Truss, además de equivocado, apareció asimismo en un momento equivocado y crítico, como es el derivado de las facturas pendientes del Covid, de la guerra de Ucrania, de la alta inflación, del nuevo ‘shock’ derivado de los mayores precios de la energía y por las incertidumbres de suministros, de una política monetaria restrictiva y de la fortaleza del dólar (Martin Wolf, 2022, Larry Summers: “The destabilisation wrought by british errors will not be confined to Britain”, ‘Financial Times’, 6 de octubre). En contra de lo defendido en el citado documento del partido conservador británico y del programa económico inspirado en el mismo, no hay una correlación evidente entre la reducción de impuestos y el crecimiento económico. El éxito de la política fiscal depende de cómo se establezcan los impuestos y de cómo se aprovechen los recursos obtenidos. Lo que sí que es evidente es que de una reducción de impuestos no se deriva una aceleración del crecimiento económico.
Desde el martes 25 de octubre hay un nuevo primer ministro en el Reino Unido, el conservador moderado Rishi Sunak. Este último, en su campaña electoral contra Truss, previa a la elección de ‘premier’ por los militantes del Partido Conservador, había defendido un programa económico equilibrado, en el que hasta subían algunos impuestos. Pero va a costar trabajo a los británicos borrar el pésimo efecto que su política en general y su política económica en particular han provocado entre mercados e inversores. También el Banco de Inglaterra, el banco central del Reino Unido, ha registrado una importante pérdida de prestigio y su supuesta independencia ha sufrido a manos del gobierno británico saliente.
Al mismo tiempo, las convulsiones de mercado acaecidas y la inestabilidad financiera generada deberán llevar a reflexionar a los defensores a ultranza de las rebajas de impuestos como piedra filosofal de su política. Estos personajes, muy abundantes en España y no sólo en la derecha política, deberían dejar de situar a la rebaja de tributos como el primero y casi único instrumento de cualquier programa de política económica. Los supuestos efectos económicos dinamizadores de dicha política sólo existieron en la servilleta en la que el economista Laffer explicó sus teorías a sus amigos del Partido Republicano de Estados Unidos.
Vocal del Consejo Superior de Estadística del INE. Doctor en CC. Económicas por la UCM (1977). Es Estadístico Superior del Estado, en situación de excedencia, y Economista Titulado del Banco de España, en situación de jubilación. Ha sido consejero de Economía de la Junta de Andalucía, presidente del Banco Hipotecario de España, presidente de Caja de Ahorros de Granada, presidente del Consejo Social de la Universidad de Granada y gerente de la Universidad de Alcalá de Henares. Actualmente es miembro de Economistas frente a la Crisis y de la Plataforma por una Banca Pública.