Las principales entidades sociales reclaman unos sindicatos a la altura de las duras circunstancias de los trabajadores, y libertad para un sector empresarial que tendrá adaptarse a un contexto económico adverso en los próximos años.
La UE ante el riesgo de la irrelevancia
Unai Sordo
Secretario General de CCOO
La Unión Europea se está enfrentando a una sucesión de acontecimientos a una velocidad extraordinaria en términos históricos y que la emplazarán a tomar decisiones inaplazables sobre su proceso de integración, o correremos el riesgo de implosión. Por hacer un somero repaso, la invasión rusa de Ucrania pone el colofón a un periodo de nuestra historia marcado por crisis consecutivas e inéditas. Apenas ha pasado una década desde que las políticas de austeridad indujeran una segunda crisis económica –tras la financiera de 2008–, que se saldó con un empobrecimiento de buena parte de las clases populares en países como España.
En términos de desigualdad, pobreza o bajos salarios, hablamos de una década perdida. Y cuando se recomponían algunas de estas variables llegó una pandemia global, un confinamiento y una situación sanitaria y económica sin precedentes. La respuesta económica y social, tanto en España como en Europa, distó de ser la del periodo posterior al año 2010. Esto situó a nuestro país en un escenario mejor para afrontar el crecimiento económico, la creación de empleo y la reducción de las brechas de desigualdad, ya que varias de las medidas adoptadas iban en ese sentido (reforma laboral, subidas del SMI, reformas de pensiones, etc.).
La crisis de precios provocada fundamentalmente por la guerra vuelve a situarnos ante un reto desconocido en décadas. Un incremento de precios que está conllevando una intensa pérdida de renta real para millones de personas.
Todo ello se da en un momento histórico donde confluyen importantes transiciones acumulativas (la digitalización de la economía pero también de buena parte de la vida, por un lado, y la energético/ecológica por otro) y un cuestionamiento del proceso de globalización. En efecto, los riesgos geopolíticos de la dependencia energética, los cortes en las cadenas de suministros o la pérdida de autonomía industrial y de aprovisionamiento de bienes básicos (como sufrimos en la pandemia) han acelerado la percepción de que el modelo de globalización neoliberal había ido demasiado lejos.
La España y la Europa del futuro se enfrentan a un reto histórico que se puede resumir en si se renueva un contrato social para el siglo XXI, o se aboga por una sociedad despiadada. Desde la apuesta por la primera opción, se debe reforzar un marco europeo políticamente funcional a un modelo fiscal de intervención pública en la economía, de distribución igualitaria de rentas y de provisión de servicios de ciudadanía. Esto implica federalizar más la Unión, y dotarla de herramientas fiscales y presupuestarias ambiciosas.
Un desarrollo productivo con base industrial y transformación de bienes y servicios desde la sostenibilidad laboral, social y medioambiental exige profundizar en las políticas estratégicas en materia energética, pero también reeditar un concepto de política de desarrollo sectorial, donde el poder público juegue un papel más determinante como actor económico.
Y, por último, una reedición de ese contrato social debe incorporar a los pilares clásicos del modelo social (sanidad, educación, pensiones, negociación colectiva), las políticas de cuidados y de acceso al conocimiento, de manera universal y permanente. La Europa de la incertidumbre conllevará la irrupción de populismos de extrema derecha que alimentarán en bucle la ingobernabilidad de la Unión, es decir, su irrelevancia como actor político en un contexto de cambio global.
Más sindicatos, más Europa
Pepe Álvarez
Secretario General de UGT
El diálogo social y una buena distribución de la riqueza son fundamentales para una Europa más social y progresista. Los sindicatos somos elemento necesario para construir más Europa.
Hay una nueva realidad: el desenlace de la crisis de la pandemia ha puesto en tela de juicio el modelo de globalización neoliberal de los últimos 30 años, provocando un nuevo proceso de localización de la economía y sus flujos. Las crisis de la cadena de suministro (especialmente en microchips y material sanitario) el aumento de los precios de las materias primas y la energía, la necesaria transición ecológica, los procesos de digitalización y el crecimiento de la productividad que conducen a una crisis inflacionaria en Occidente. Estas transformaciones, junto a la reorganización geopolítica producida por la invasión y la guerra de Ucrania por parte de Putin, han cambiado la situación global del mapa socioeconómico. Todo esto afecta a nuestra interrelación con el mundo.
Con el panorama internacional actual se ve más latente que nunca la necesidad de construir un nuevo contrato social y medioambiental para Europa. Hemos pasado durante estos últimos años crisis sanitarias, geopolíticas, energéticas, alimentarias o climáticas. En cambio, vemos cómo las empresas siguen con beneficios altos y las personas siguen pagando casi en exclusiva las salidas de esas crisis. Si bien durante la pandemia el papel del Estado fue creciendo y el reagrupamiento y consenso keyensiano se imponía en la salida de la pandemia, la guerra ha cambiado el guión. Estamos en un momento de tensión, entre recuperar viejas recetas liberales o dibujar de nuevas. La salida de esta situación pasa por mejores salarios, mejores condiciones de trabajo, servicios públicos de calidad y un impulso a la negociación colectiva en cada estado y el diálogo social en su conjunto.
El auge de los populismos xenófobos y la desafección hacia más Europa se nutre de la tímida respuesta política al malestar social. En este escenario es preciso construir un nuevo contrato social que permita conformar un proyecto de país duradero y sostenible, de progreso estable para todas y todos. Esta tarea requiere cambios sustanciales y urgentes en muchos ámbitos: atacar la precariedad laboral y promover empleo de calidad, un reparto más equitativo de la riqueza vía salarios, reforzar nuestro Estado de Bienestar, lograr una sociedad más igualitaria y conseguir un sistema tributario que recaude
más y de manera más justa. Nos jugamos que Europa dé un paso adelante en relación con las políticas sociales. El pilar social es un elemento fundamental, pero tenemos que profundizar en los derechos de los trabajadores. La Unión Europea es un proyecto que garantiza paz, libertad y derechos. A ello se le suma al continuo resurgimiento de agendas neocons, incluso fascistas, que no quieren sindicatos fuertes, porque saben que llevamos combatiéndoles desde hace más de un siglo y somos la principal barrera para su crecimiento. Nuestra unidad y la consecución de la paz a través de la justicia social también será la manera más eficaz de combatir el crecimiento de la ultraderecha.
Los sindicatos tienen una larga e importante historia de lucha por la democracia y contra las dictaduras a nivel internacional. En varios países que han sufrido décadas de regímenes autoritarios, muchos se han unido a la UE para garantizar la democracia. Los sindicatos tienen un papel vital que desempeñar para resistir esta opresión y organizar movimientos populares por la democracia y los derechos de manera clara y eficaz. La lucha por mejores condiciones de trabajo, una mejor distribución de la riqueza y el poder nunca ha estado separada de la mejora de la democracia. Cuando hablamos de democracia, tenemos que hablar de democracia económica.
Unos sindicatos fuertes son fundamentales para una Europa social y progresista. Somos el elemento central de cohesión social del país, también para un justo repartimiento de la riqueza. Sin un repartimiento equitativo de la riqueza y lucha contra la pobreza no puede haber ni crecimiento ni bienestar económico. Vamos a dar respuesta a los nuevos retos políticos y sociales que vienen por delante para construir así una Europa más social y justa.
Un nuevo escenario que exige inteligencia y flexibilidad
Antonio Garamendi
Presidente de CEOE
La pandemia de la COVID-19 y la invasión rusa de Ucrania han acelerado un proceso que se venía gestando desde hace años y que supone la reconfiguración del tablero geopolítico tal y como lo conocíamos en las últimas décadas, con un impacto claro, también, en el orden económico y financiero internacional.
Pasamos de una etapa en la que la Democracia, los Derechos Humanos, el Estado de Derecho y la economía de mercado parecían marcar las relaciones internacionales y en la que el comercio internacional se regía por un conjunto de reglas compartidas y garantizadas por la Organización Mundial del Comercio; a un nuevo escenario de desconfianza, de cuestionamiento de instituciones internacionales, de mayor unilateralismo y proteccionismo comercial, de una nueva polarización por bloques de países que supone un cierto freno al proceso de globalización.
Un nuevo marco en el que la Unión Europea (y, por extensión, los países que la integran, como España) no se siente cómoda y ha perdido influencia: por su modelo de gobernanza, por la falta de una política de Defensa y Exterior comunes, por la salida del Reino Unido, por su mayor dependencia del comercio y de las inversiones exteriores que EE UU y China, por ejemplo.
Europa y España deben adaptarse a este nuevo contexto, marcado también por la volatilidad, y hacerlo con inteligencia y agilidad. La respuesta de la Unión Europea a las dificultades de los últimos tiempos marca una línea de actuación que puede señalar el camino: el plan de vacunación contra la COVID-19, los fondos de recuperación, la puesta en marcha de instrumentos legales para garantizar un campo de juego nivelado en el mercado único, el refuerzo en la capacidad negociadora para mejorar el acceso a la contratación pública en terceros mercados, la Ley Europea de semiconductores… Una línea de actuación que debe completarse con alianzas más estrechas con todo el bloque de países occidentales y un acercamiento a los que forman el llamado Sur Global, sin olvidar a China.
En este escenario, resulta fundamental que las empresas sean capaces de adecuar sus planes a la nueva realidad en la que nos encontramos con flexibilidad y visión estratégica, contando con los apoyos necesarios y el impulso de la colaboración público-privada. Para poder trabajar con unas bases sólidas que les permitan seguir creciendo, ser rentables y ganar en competitividad.
Libertad para los emprendedores
Miguel Garrido
Presidente de CEIM
Acontecimientos recientes en el escenario global han añadido una dosis aún mayor de importancia e incertidumbre, si cabe, a la perspectiva de nuestro país y nuestro entorno. La multipolaridad en las relaciones internacionales, tantas veces preconizada, se convierte cada día en una realidad más tangible. Corresponde ahora a Europa encontrar una forma de compaginar sus necesidades estratégicas con su vocación de multilateralidad, y a nuestro país encontrar firmemente su espacio y rol en una comunidad de naciones cuyos intereses individuales son a veces muy dispares.
Es de suponer que la guerra de Ucrania (ya enquistada) continuará siendo una fuente de incertidumbre en los mercados financieros durante los próximos meses. Aunque la reciente contracción en las cadenas de suministro global parece estar remitiendo por fin, sus últimos coletazos, unidos a tensiones en otras áreas sensibles para la economía global (léase, el estrecho de Formosa), corren el riesgo de seguir gripando las interconexiones del mundo globalizado. De igual modo, los altos precios de la energía continúan siendo un lastre que impide una recuperación económica a pleno rendimiento en Europa.
Es precisamente en esta coyuntura, donde el dinamismo de la actividad económica trasnacional se ve amenazado por los mencionados riesgos, que se hace necesario formular una visión de futuro sobre el papel de nuestro país en Europa, y de Europa en el mundo, especialmente en el área económica. Urge, pues, alcanzar un equilibrio entre las nuestras necesidades geopolíticas y económicas y las de nuestro entorno, todo ello en el marco de la nueva realidad internacional emergente.
En este sentido, nuestro país tiene un activo fundamental que ofrecer a la Unión, como es ser un punto estratégico en la recepción y aprovechamiento de Gas Natural Licuado, tan necesario en el corto plazo. Huelga decir también que, sacando ventaja de nuestras particulares condiciones naturales y climáticas, España puede seguir avanzando en la inversión en energías renovables hasta convertirse en un referente de desarrollo energético para nuestros vecinos en esta nueva era, que sitúa la conciencia climática como uno de los ejes de nuestro ethos colectivo.
En el caso de Madrid, contamos con un gran activo: Un tejido empresarial sólido, con experiencia en la exportación y el comercio internacional, con una alta capacidad de resiliencia y una mentalidad emprendedora. Es absolutamente clave, para garantizar que nuestro país mantenga el peso que le corresponde, que estos agentes emprendedores encuentren un camino expedito a la actividad económica, libres de obstáculos regulatorios y excesivas taras impositivas. Creemos que esta senda, que tan buenos resultados está dando para la economía de nuestra región, es extrapolable al resto del país, y puede marcar el camino hacia la prosperidad y seguridad en un entorno internacional cambiante, que requerirá de todos nosotros una alta capacidad de adaptación al medio.
Mayor economía económica e industrial
Antón Costas
Presidente del Consejo Económico y Social de España (CES)
Tenemos que construir una Europa y una España con más cohesión social y con mayor autonomía estratégica económica e industrial. Esta doble fortaleza social y económica de nuestros países es indispensable para afrontar con éxito tanto los nuevos shocks económicos y pandémicos como el profundo malestar que existe en nuestras sociedades, que fundamentalmente viene de la prosperidad perdida por algunos grupos sociales y comunidades y el miedo al futuro y la falta de expectativas de acceso a una vida de clase media por parte de los jóvenes.
Preguntémonos porqué Vladimir Putin ha decidido invadir Ucrania y apretar las tuercas a las democracias europeas. Sabe, y así lo ha manifestado en diversas entrevistas y declaraciones en los últimos años, que en las democracias de las economías desarrolladas europeas hay nuevas ansiedades que vienen de las fracturas sociales y territoriales que se han producido en las últimas tres décadas. Esas ansiedades traen malestar, resentimiento y pérdida de apoyo en los partidos políticos tradicionales y en las instituciones democráticas. Como también sabe que Europa no ha valorado bien el riesgo de la dependencia energética.
Pero no debemos alimentar un sentimiento fatalista, y aún menos apocalíptico, ante la concatenación de calamidades que estamos viviendo. No hay nada determinístico ni en la economía ni en la sociedad. Al contrario, la historia nos muestra que las crisis económicas, sociales y políticas pueden ser momentos de cambios de tendencia para construir mejores sociedades y economías más resilientes. El conocido teórico de la política Joseph P. Overton ha hablado de la “ventana de oportunidad” que se abre en situaciones de crisis para políticas nuevas que cuenten con apoyo en la opinión pública.
La pandemia de Covid-19, con la aprobación de los fondos “Next Generation UE”, trajo una ventana de oportunidades para nuevas políticas sociales e industriales estratégicas españolas y europeas que se están desplegando con el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia”. De la misma forma, la guerra en Ucrania ha provocado un impulso similar en Europa para construir políticas energéticas.
Nuestro último libro, escrito en colaboración con Xosé Carlos Arias, se abre con una frase del poema “Patmos” del poeta alemán Fredrich Hölderling que viene como anillo al dedo: “Mas donde hay peligro, crece / también lo salvador”. Las calamidades que estamos viviendo traen también la semilla de una España y una Europa más justas y más fuertes.