Virginia Miranda
Santiago Abascal suma y sigue. Ahora, a costa del PP y Cs en Cataluña, donde Vox se estrena en el Parlament como la fuerza hegemónica de la foto de Colón. Subido a lomos de la confrontación extrema y el ataque al Estado autonómico, el líder de la ultraderecha ha logrado vengarse del desplante de Pablo Casado en la moción de censura del pasado octubre y ha dado la puntilla a Ciutadans por el flanco derecho imitando su estrategia del 21-D. En las sedes nacionales de populares y naranjas intentan encajar el golpe sin asumir responsabilidades.
Por encima de las expectativas. A medida que avanzaba la campaña electoral, los pronósticos de Vox iban mejorando mientras empeoraban los del PP y Ciutadans. Pero fue el recuento de los votos en urna lo que confirmó la mejor y la peor de las noticias. La mejor para Santiago Abascal, que mejoró las previsiones de los sondeos alcanzando 11 escaños en el Parlamento catalán con más de 200.000 votos, y la peor para Pablo Casado e Inés Arrimadas, no ya sorpassados sino arrollados por la formación de ultraderecha.
Los populares, a quienes las encuestas permitieron pensar en un par de diputados más de los cuatro alcanzados en diciembre de 2017, se han quedado en tres representantes en la cámara autonómica. Y los naranjas, los más votados el 21-D, han caído de los 36 a los seis escaños, un descalabro de casi un millón de votos que les retrotrae a sus primeros pasos en la política catalana.
Superado el 95 por ciento del voto escrutado comparecía la noche electoral el candidato de Vox al 14-F, Ignacio Garriga, quien terminó celebrando un resultado que, dijo, sitúa a Abascal más cerca de ser presidente del Gobierno de España.
No sólo ha ‘sorpassado’ a PP y Cs. Ha superado a la CUP y a los comunes convirtiéndose en cuarta fuerza en el Parlament
El aludido, arropado por militantes y simpatizantes al grito de “presidente, presidente” y al tiempo que salían a celebrar y valorar sus respectivos resultados el líder de ERC, Oriol Junqueras, y la candidata de Junts, Laura Borràs, tiró de su habitual dialéctica belicista para presumir de que la suya había sido una “gesta histórica que podremos contar a nuestros hijos y a nuestros nietos” y lamentar en tono superlativo que la suya ha sido “la campaña más difícil que ningún partido político haya tenido que afrontar en la Europa democrática”.
La euforia de Abascal está, en todo caso, justificada. No sólo ha engullido al PP y Cs. También se ha colocado por delante de la CUP y de los comunes, convirtiéndose en la cuarta fuerza del Parlament con representación en las cuatro provincias catalanas a diferencia de los populares, representados sólo en la de Barcelona.
Las víctimas de Abascal
La otra cara de la moneda era la de Inés Arrimadas, que acompañaba en Barcelona a Carlos Carrizosa, y la de Teodoro García Egea, que compareció en la sede nacional de la calle Génova después de que Alejandro Fernández tratara de aguantar el tipo en solitario desde un hotel de la Ciudad Condal ante un resultado “muy malo”.
La presidenta de Ciudadanos y el secretario general del PP echaron buena culpa del resultado a la alta abstención, admitiendo en mayor o menor medida que ha castigado más a sus siglas que a otras por no haber sido capaces de movilizar a su electorado, y ambos mostraron su preocupación por el avance del independentismo alimentado, según el número dos del PP, por Pedro Sánchez.
La abstención, el secesionismo y el jefe del Ejecutivo -o el ‘efecto Illa’- no han hecho mella en las posibilidades de Vox, partido con el que se disputaban el voto. Sin embargo, naranjas y populares no van a asumir responsabilidades hasta el punto de anunciar dimisiones.
Rendición de cuentas
En ambas formaciones han encontrado argumentos para frenar las críticas que resonarán en las inminentes reuniones de sus respectivas ejecutivas. Sobre todo en Ciudadanos, cuya política pactista en Madrid ha provocado una estampida de votantes hacia Vox y también hacia el PSC; al poco de conocerse el resultado de las urnas comenzó a filtrarse el malestar con Arrimadas y con su núcleo duro, formado por su vicesecretario general, Carlos Cuadrado, y su adjunto, José María Espejo-Saavedra.

En el año 2017 “se dieron unas circunstancias muy especiales, ganamos las elecciones por muchos factores favorables, y desde luego hace un año Cs ya no estaba en ese porcentaje de voto como vimos en el 10-N”, ha justificado la líder de la formación naranja para que la referencia de sus críticos no sean los 36 escaños del 21-D en el Parlament sino los 10 obtenidos en 2019 en el Congreso.
En el cuartel general del PP se aferran a dos ideas clave; el efecto del caso Bárcenas y las diferencias entre las elecciones autonómicas y las nacionales. “Esta es la última factura que vamos a pagar de ese pasado”, decía García Egea en su comparecencia ante la prensa la noche electoral. Según el número dos de los conservadores, su formación se desplomó en las encuestas a la mitad al publicarse el pacto de la Fiscalía con su extesorero, un “juego sucio que nunca se había visto en campaña electoral”.
También defendió que los resultados de Cataluña no son extrapolables a unas generales recordando que, en los comicios de 2017, Cs tenía nueve veces más diputados que el PP y, el 10-N, “fue el PP el que multiplicó por nueve” el resultado de los naranjas. Una forma de quitarle hierro al abrumador sorpasso de Vox que ralentiza la pretendida reunificación de la derecha española, al menos a manos de Pablo Casado.
Venganzas y errores
La venganza se sirve fría y Casado está tratando de digerir dos raciones. La de Pedro Sánchez, que acertó colocando al protagonista de gestión sanitaria de la pandemia al frente de la candidatura del PSC, y la de Santiago Abascal, que se llevó un repaso del líder popular en la moción de censura contra Pedro Sánchez y que ahora ve cómo la humillación de aquel día se ha vuelto en contra de la persona que la infligió.
La venganza se sirve fría y Casado trata de digerir dos raciones; la de Sánchez y su apuesta por Illa y la del triunfo de la estrategia de Abascal
El presidente de los populares protagonizó una confrontación de ideas inesperada para el jefe de la ultraderecha abrazando el camino de la moderación. Lo ha transitado en la campaña catalana, dejando de apelar al sentimiento identitario como hiciera el PP y también Ciutadans en 2017 para centrarse en lo que en el partido llaman bajada razonable de impuestos o libertad de elección lingüística en los colegios. Tanto se ha distanciado Casado de la estrategia del 21-D que ha llegado a cuestionar la actuación del Gobierno de Mariano Rajoy el 1-O, una jugada muy arriesgada que le ha salido mal.
Abascal veía el campo abierto cuando el PP y también Ciudadanos iniciaron la campaña con guiños al centrismo para tratar de evitar la estampida hacia el PSC, descartando la estrategia de confrontación de 2017 cocinada al calor del referéndum ilegal.
Las imágenes de las agresiones sufridas a manos de independentistas por miembros de Vox en Vic (Barcelona), entre los que se encontraban su secretario general, Javier Ortega Smith, acompañando al candidato Garriga, o la actuación de los Mossos en Figueres (Girona) durante un acto de Abascal recuerdan a las que hace tres años protagonizaba Cs.
Pero la formación de ultraderecha se ha quedado prácticamente sola en esta estrategia de confrontación con el secesionismo catalán que, salpicada con sus genuinos mensajes xenófobos con motivo de la llegada de inmigrantes a Canarias y con el resultado del 14-F en la mano, marcan un camino que los próximos meses pondrá a prueba la resistencia de PP y Ciudadanos ante la tentación de competir desde el flanco más extremo.