Pablo Casado no quiere oír hablar de una segunda foto de Colón, pero el 13 de junio volverá a coprotagonizar la imagen de las tres derechas en la icónica plaza madrileña. Entre romper con Vox o endurecer su discurso, el presidente del PP ha mirado a su partido en Cataluña para saber que no le va a resultar fácil despegar sin la formación de Santiago Abascal, que se está cobrando la revancha por los ninguneos del líder conservador y no hay Ejecutivo regional en manos de los populares donde sus socios de investidura no estén dejando su impronta más ultra.
Entre la foto de Colón de 10 de febrero de 2019 y la que volverá a repetirse este próximo 13 de abril de 2021 -en planos diferentes para evitar comparaciones- han pasado poco más de dos años, toda una eternidad para el acelerado ritmo en que la política española lleva instalada desde mediados de la pasada década.
En aquella foto aparece Albert Rivera, pero Inés Arrimadas, que entonces era la líder de Ciudadanos en Cataluña y había sido la candidata más votada en las elecciones del 21-D, no acudió a la concentración alegando un problema con el vuelo Barcelona-Madrid. Dentro de una semana, la actual presidenta de la formación naranja dice que sí estará presente para “retratar a Sánchez con los golpistas”.
En la foto de hace dos años, Vox tenía doce escaños en Andalucía y hoy suma 52 en el Congreso. El PP contaba entonces con 137 y ahora tiene un grupo parlamentario de 89
A la líder de Cs le ha costado confirmar su asistencia. Tanto como a Pablo Casado. El jefe del principal partido de la oposición sí estuvo aquel día. Había transcurrido poco más de medio año desde que fuera elegido presidente popular en el congreso extraordinario de julio de 2018 tras la moción de censura a Mariano Rajoy y no lo había tenido nada fácil.
La bienvenida que le dieron los electores andaluces en el mes de diciembre había sido peor de lo esperado. El PSOE seguía siendo la formación más votada el 2-D, pero Rivera se había centrado en la derecha y Ciudadanos pactaba con el PP. La sorpresa fue que no sumaban porque Vox había dado la sorpresa irrumpiendo en la Cámara autonómica con doce escaños y los populares se las tuvieron que ingeniar para pactar un acuerdo de Gobierno con los primeros y otro de investidura con los segundos sin que unos y otros salieran juntos en la foto.
En el centro de la foto
Albert Rivera aguantó dos meses fuera del encuadre de lo que se dio en llamar las tres derechas. En el mes de febrero participaba en la concentración en la plaza de Colón bajo el lema Una España Unida, organizada en protesta por los términos de la negociación entre el Gobierno socialista y la Generalitat de Cataluña con la figura del relator como desencadenante.

A los cámaras les costó que el entonces líder de Ciudadanos apareciera en la foto con Santiago Abascal porque entre medias había otras cinco personas, pero tiraron de recursos y el gran angular hizo posible una imagen convertida en todo un símbolo. Sobre todo, para la izquierda; hasta Ángel Gabilondo recordaba la instantánea durante su reciente campaña como candidato socialista a las elecciones del 4-M.
Una de esas personas situadas en medio de la fotografía era Pablo Casado. Entonces no tuvo reparos en situarse entre Rivera y Abascal. Al fin y al cabo, los votantes que los habían llevado hasta allí lo habían sido no mucho tiempo atrás del PP y el propósito del líder popular era reconquistarlos con un discurso “sin complejos”.
Después llegaron las elecciones autonómicas y municipales y las generales. Hasta en dos ocasiones han sido llamados a votar todos los españoles desde entonces. Las cosas no han cambiado mucho para el jefe del principal partido de la oposición, pero sí para sus adversarios y aliados de Cs y Vox. El primero desaprovechó los 57 diputados del 28-A y se quedó en diez tras el 10-N, dejando a Arrimadas un partido maltrecho y desnortado. El segundo fue el que mejor capitalizó el voto a la contra de los partidos progresistas tras su primera intentona de Gobierno de coalición y sacó 52 escaños en noviembre, 28 más que en su breve estreno en el Congreso del mes de abril.
Nada es gratis
Mientras, Casado ha ido ganando experiencia y autoridad ante sus barones. Ante los que acostumbran a reconvenir al líder y ante las que no necesitan moderarse para ganar elecciones. Pero ni siquiera ellos tienen la clave de bóveda para neutralizar a Vox, el único escollo que le queda al PP para reunificar el voto, ganar elecciones y gobernar sin hipotecas.
Díaz Ayuso está tratando de evitar los Presupuestos para no verse obligada a elegir como están haciendo sus compañeros de Murcia y Andalucía
Alberto Núñez Feijóo gobierna en un territorio donde la mayoría del electorado practica una suerte de galleguismo conservador que le mantiene a salvo de tentativas extremistas. E Isabel Díaz Ayuso se quedaba a tan sólo cuatro escaños de la mayoría absoluta en los comicios madrileños del pasado mes de mayo y aún así tendrá que hacer concesiones a Vox.
Porque Abascal ofreció sus votos “gratis” a la vencedora del 4-M durante la noche electoral y ya ha trascendido a los medios que negocian un puesto en la Mesa de la Asamblea de Madrid y una reforma legislativa para revertir el compromiso que Cristina Cifuentes alcanzó con Ciudadanos al objeto de blindar Telemadrid para que no dependa del afán editorializante del Ejecutivo regional de turno.
No negocian en cambio unos Presupuestos, a pesar de que se trata del único Gobierno autonómico que no ha aprobado los suyos. En dos años de legislatura, Díaz Ayuso no ha logrado tener sus propias cuentas públicas. De hecho, sólo ha podido sacar adelante una ley y una reforma legislativa que está atascada por un recurso en el Tribunal Constitucional.
Las exigencias de Vox son de un marcado perfil ideológico y la presidenta madrileña en funciones se está cuidando mucho de no dejarse llevar a un terreno, cuanto menos, farragoso. Acaba de pasarle a su compañero en la Junta de Andalucía, amenazado por sus socios de investidura con retirarle su apoyo parlamentario si la Junta acogía a 13 menores no acompañados marroquíes procedentes de Ceuta tras la llegada masiva de migrantes del pasado mayo.
El Gobierno autonómico tiene “autonomía” y “soberanía para tomar las decisiones que le competen” y “cumplirá la normativa” en relación con la acogida y “protección” de estos menores, dijo Juan Manuel Moreno. Una semana después y en medio de sus reclamaciones para que el presidente convoque elecciones anticipadas, el partido de ultraderecha tumbaba el proyecto de ley de Impulso para la Sostenibilidad del Territorio de Andalucía.

Si los gobiernos de coalición de PP y Ciudadanos sostenidos con los votos de Vox no quieren correr riesgos, corren el riesgo de evocar tiempos pretéritos. Las dos formaciones votaban a finales de mayo a favor de la moción de Vox en el Ayuntamiento de Murcia para pedir que suene el himno de España en las escuelas públicas en los actos solemnes, una concesión de la ultraderecha a sus socios mayoritarios después de haber propuesto que sonara cada “mañana, una vez los alumnos accedan a las aulas”.
En abril y tras la fallida moción de censura en la Región de Murcia, el popular Fernando López Miras nombró consejera de Educación a una diputada expulsada de Vox –por motivos de orden interno, no ideológicos- que había votado en contra de la propuesta presentada por PSOE y Cs para desalojar al PP del Gobierno autonómico. Un mes antes ya había llegado a un acuerdo con el diputado que le queda a la formación de ultraderecha en la Asamblea para recuperar el llamado ‘pin parental’ a cambio de su voto favorable a los Presupuestos.
Mal avenidos
El cierre de los centros de acogida a menores no acompañados, la aprobación del ‘pin parental’ o la abolición de las leyes relacionadas con la mujer o el colectivo LGTBi son las señas de identidad de Vox, las que le permiten diferenciarse del PP y mantenerle alejado lo suficiente como para no verse arrasado por “la gran casa común” de la derecha como le ha pasado a Ciudadanos.
Los populares y la ultraderecha comparten otras banderas y es en las formas donde se marcan las diferencias; no hay más que ver las visitas a Ceuta de Santiago Abascal, primero y rodeado de disturbios a su paso, y de Pablo Casado, esta semana y esquivando las preguntas sobre la imputación de la exsecretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, en el caso Kitchen.
La petición de comparecencia de Sáenz de Santamaría en la comisión parlamentaria del ‘caso Kitchen’ es un ataque directo de Vox a Casado
Otra diferencia es todo un clásico en política, la que Ciudadanos aprovechó en su primera época y que le duró lo que dura un partido sin tocar poder. La secretaria general de Vox en el Congreso, Macarena Olona, ha registrado una petición de comparecencia de Soraya Sáenz de Santamaría en la comisión de investigación del caso Kitchen “con el fin de aclarar los hechos puestos de manifiesto a lo largo de las reuniones desarrolladas hasta ahora dada su presunta implicación” en estos, reza el texto.
Lo hacía un día después de que la cadena Ser revelara que la exvicepresidenta aparece implicada en el caso porque varios testigos le han dicho al juez de la Audiencia Nacional, Manuel García Castellón, que era puntualmente informada del espionaje a Luis Bárcenas.
La petición de nuevas comparecencias en la comisión parlamentaria dilatará en el tiempo su duración y, por tanto, su interés político y mediático. Un ataque directo de Vox a Casado, que el día en que anunció la venta de Génova, 13 aseguró que no volvería a hablar de los casos de corrupción que precedieron su etapa al frente del partido.
A codazos
Aunque se sitúen a suficiente distancia como para que no les saquen una foto juntos, los líderes de PP y Vox volverán a coincidir en Colón mal que le pese al presidente de los populares y a parte de su equipo. Disputándose la bandera como símbolo de unidad territorial y, de un tiempo a esta parte, de frentismo contra el Gobierno de izquierdas y sus socios parlamentarios, objeto de una movilización convocada como reacción a los indultos a los presos del procés.
Después de la airada y sorprendente respuesta del 22 de octubre de Pablo Casado a la moción de censura que Vox presentó contra Pedro Sánchez para marcarle el paso al PP, el líder popular pareció haber elegido su propio camino. A pesar de que mentores y confidentes políticos como José María Aznar, Esperanza Aguirre o Cayetana Álvarez de Toledo le empujan a olvidar las diferencias y sumar con Abascal.
Hoy, la crispación política que alimenta en buena medida un partido que se sabe vencedor en las encuestas no le permite bajarse del carro y ha de compartir espacios con Vox si no quiere verse arrollado de nuevo por la ultraderecha como le ocurriera el pasado 14 de febrero en las elecciones catalanas. Aunque el trayecto vaya a ser duro. De eso no cabe ninguna duda.