
Sin Maldad / José García Abad
Ya es un tópico, una verdad repetida, que la socialdemocracia agoniza. No es todavía un tópico pero sí un criterio que empieza a abrirse camino entre pensadores de la derecha, como Fukuyama, el del fin de la historia, de que también el neoliberalismo está enfermo.
En mi opinión hay que mirar más arriba, tirar por elevación, considerando que lo que agoniza es el sistema de representación política visible por el desafecto ciudadano, que afecta en mayor o menor grado a los partidos a los que se les empieza a considerar como un mal necesario y, desde luego, a la clase política cuya reputación corporativa se arrastra por los suelos.

Empieza a deteriorarse la tradicional defensa de la democracia en razón de que peor es la alternativa. Que como decía Winston Churchill: la democracia es el peor sistema con excepción de los demás. Desde luego la izquierda no debe resignarse a ello.
“Imagínese usted como ciudadano, –sostiene Jesús Lizcano, catedrático de Economía Financiera de la Universidad Autónoma de Madrid y colaborador de ‘El Siglo’– que al celebrarse unas elecciones, los votos en blanco pudiesen convertirse en escaños vacíos”
¿Un mal, necesario hacia dónde y hasta cuándo? Empieza a deteriorarse la tradicional defensa de la democracia en razón de que peor es la alternativa. Que como decía Winston Churchill: la democracia es el peor sistema con excepción de los demás. Desde luego la izquierda no debe resignarse a ello.
“Imagínese usted como ciudadano –sostiene Jesús Lizcano Álvarez, catedrático de Economía Financiera de la Universidad Autónoma de Madrid y colaborador de El Siglo–, que al celebrarse unas elecciones, los votos en blanco pudiesen convertirse en escaños vacíos, por ejemplo, en el Congreso de los Diputados. Dada la falta de credibilidad y de confianza de muchos ciudadanos en la clase política y en los partidos, se trataría de que todos aquellos a los que no les gustase ninguna de las formaciones políticas que se presentan a las elecciones, pudiesen así votar en blanco, y ello sirviese para que una parte de los escaños quedasen vacíos y sin adscripción por tanto a ningún grupo político. Que a su vez estaría de alguna forma deslegitimando al conjunto de la clase política y sus eventuales representantes parlamentarios.
Que ahorrarían a la vez al erario público una importante cantidad de dinero, en sueldos, complementos, dietas de viaje, etc. de esos diputados, así como el amplio conjunto de asesores, asistentes, y otros gastos que rodean a cada diputado.
Propone también Lizcano que en lugar de listas electorales cerradas los votantes pudiéramos excluir y tachar aquellos nombres que deseásemos en dichas listas combatiendo así de alguna manera la enorme partitocracia, donde falta democracia interna al elegir los integrantes de las listas electorales. Hasta aquí la inteligente propuesta de Lizcano.
Estoy leyendo un interesante librode Henry Louis Mencken, el sabio de Baltimore (1880-1956), un periodista/escritor/filósofo, iconoclasta, que ha sido calificado como un Voltaire del siglo XX y padre intelectual del escepticismo militante contemporáneo. El libro tiene un título que imposibilita el regalo: ‘¡Vete a la mierda!’. Mencken se pasa en demasía en su crítica a la democracia, una admonición que expele un aroma anarquista, pero concluye su capítulo sobre la democracia con una frase digna de rumiarse: “Lo que no entiendo es cómo quienes los quieren [a los políticos], los compadecen y se burlan de ellos, pueden creer en la democracia. ¿Cómo es posible que quienes son sinceramente demócratas sean demócratas?”
Lleva ejerciendo la profesión de periodista desde hace más de medio siglo. Ha trabajado en prensa, radio y televisión y ha sido presidente de la Asociación de Periodistas Económicos por tres periodos. Es fundador y presidente del Grupo Nuevo Lunes, que edita los semanarios El Nuevo Lunes, de economía y negocios y El Siglo, de información general.
Siempre he pensado esto mismo. Si los candidatos no consiguen entusiasmar y la participación electoral decae, la representación debería reducirse en la misma proporción. Es más, aplicaría uns fórmula simple y terminaría con todas las ambigüedades y misterios de la ley D’Hont: A priori se calcula el coste en votos de un escaño. Posteriormente se reparten tantos escaños como votos se han conseguido. Si se vota menos, menos disputados (o senadores, o concejales, o lo que la demarcación determine)
Existe una iniciativa en España desde hace más de 10 años que permite dejar escaños vacíos. Se llama Escaños en Blanco.