
El Acento/ Inmaculada Sánchez.
La sentencia del ‘caso de los ERE’ “no afecta ni al actual Gobierno ni a la actual dirección del PSOE”. Con esta rotundidad, no exenta de cinismo, se manifestaba el secretario de Organización socialista y ministro de Fomento en funciones, José Luis Ábalos, la tarde en que se conoció la demoledora condena a quienes fueron, no sólo presidentes de la Junta de Andalucía, sino, también, presidentes del Partido Socialista.
Ábalos, en su criticada comparecencia, pasaba el trago de asumir una sentencia que daña irremediablemente la marca PSOE por tiempo indefinido intentando transmitir, pese a todo, la innegable realidad de que quienes ahora llevan el timón del partido poco o nada tienen que ver con lo que se enjuició en la Audiencia de Sevilla.
No se trata sólo de cronología. La trama de los ERE fraudulentos se urdió y desarrolló entre 2000 y 2009. Es que Pedro Sánchez, cuando alcanzó el liderazgo del PSOE en 2014, por primera vez mediante primarias de los afiliados, se distanció de los hoy condenados hasta el punto de ser acusado de desleal e insolidario con tan insignes compañeros, con todo el socialismo andaluz y con lo que éste representaba para la historia del partido y para su granero de votos. Desde Sevilla tildaban al sanchismo poco menos que de ‘traidor’ cuando forzó la renuncia de Chaves y Griñán a su respectivos escaños de diputado y senador.
La demoledora sentencia de los ERE se ha llevado por delante, no sólo a dirigentes emblemáticos de la moribunda ‘vieja guardia’ socialista, sino a toda una forma de hacer política a la que el actual PSOE podría dar la puntilla definitiva si sale adelante el gobierno de coalición con Podemos.
La cruel batalla entre Pedro Sánchez y Susana Díaz disputaba en su momento no sólo quién asumía el liderazgo del socialismo español, sino también la forma de ejercerlo, las complicidades en las que sustentarlo y los límites ideológicos donde se enmarcaría. Tamaña disputa no se resolvería con unas simples primarias.
A la difícil y cruenta victoria final de Sánchez le faltaban todavía, pese a su contundente resurrección en 2017, un par de escalones para ser efectiva: llegar a La Moncloa y asistir a la definitiva muerte política de la generación felipista. El primero lo superó contra pronóstico tras la exitosa moción de censura del año pasado. Para subir el segundo había de esperar a la temida sentencia de los ERE. Asumido el coste de la inesperada dureza de la misma, el asalto del sanchismo al PSOE andaluz, aplazado hasta ahora por otras prioridades, ya se está cocinando.
Sólo le resta a Sánchez un hito para coronarse como una especie de ‘refundador’ del PSOE: la consecución del primer Gobierno de coalición de la democracia. Si llega a buen puerto el Ejecutivo compartido entre socialistas y Unidas Podemos, el PSOE de Sánchez habrá roto el mayor tabú del partido que dejó de ser marxista por Felipe González. Y, tras ello, ya nada volverá a ser lo mismo en la casa fundada por Pablo Iglesias, de segundo apellido, Posse.
Periodista y directora de El Siglo desde 2011, revista que contribuye a fundar, en 1991, formando parte de su primer equipo como jefa de la sección de Nacional. Anteriormente trabajó en las revistas Cambio 16 y El Nuevo Lunes y en la Cadena Ser. Actualmente también participa asiduamente en diferentes tertulias políticas de TVE y de Telemadrid.