
Sergi Miquel
El advertimiento, que suena a amenaza, que ha lanzado estos días la compañía Meta, de Mark Zuckerberg, de cerrar sus redes sociales (Facebook y Instagram) en el mercado europeo si se le exige cumplir una sentencia judicial debe escandalizarnos a todos.
El Tribunal de Justicia de la Unión Europea ha dado la razón finalmente a Maximilian Schrems, quien lleva años denunciando la desprotección para los usuarios europeos que supone el traspaso de sus datos personales a Estados Unidos, puesto que la normativa de Washington no cumple los estándares de protección de datos con la que nos hemos dotado los ciudadanos europeos.
Tenemos pendiente resolver el encaje de la tecnología, y especialmente de las redes sociales, en nuestras democracias. Las instituciones que nacieron después de las revoluciones liberales están siendo incapaces de afrontar este debate con el coraje y la velocidad que se requiere
Intentando rehuir el análisis jurídico sobre la cuestión, dado que éste no pretende ser el objeto del artículo, creo que merece la pena analizar la actitud del grupo estadounidense frente a nuestras instituciones democráticas. José María Lassalle, mi liberal de cabecera, advierte en El liberalismo herido (Arpa 2021) que “existe una amenaza de involución sobre la democracia liberal mientras convivamos con una soberanía digital que tutela una soberanía democrática como si fuese un commander in chief tecnológico”.
A la vista está que tenemos pendiente resolver el encaje de la tecnología, y especialmente de las redes sociales, en nuestras democracias. Las instituciones que nacieron después de las revoluciones liberales están siendo incapaces de afrontar este debate con el coraje y la velocidad que se requiere, dando una imagen de extemporáneas que las compromete. La rigidez, la improvisación y la mala gestión de las tecnologías, que el estallido de la pandemia puso de manifiesto, nos obliga a una revisión sobre las relaciones entre instituciones, tecnología y gigantes tecnológicos. Los problemas a la hora de encajar en las legislaciones la aparición de nuevos servicios de distribución, de movilidad y de supermercados a partir de nuevas tecnologías emergentes evidencia el problema de falta de coraje. A partir de la idea naíf de que si no se regula no hay espacio para estas empresas, en paralelo ellas van abriendo camino buscando brechas legales que les permitan desarrollar su modelo de negocio.
Es evidente que si Meta quiere operar en el mercado europeo, con prácticamente 450 millones de potenciales usuarios, debe aceptar las normas del juego y en este punto no deberíamos dejar margen para el debate. Más que mi perfil de Instagram está en juego la legitimidad de nuestras instituciones, de modo que aquí todos como los de Fuenteovejuna. Pero el papel que estamos jugando desde las instituciones para legislar sobre cuestiones tecnológicas tiene que ser más valiente, más flexible y más ajustado a la realidad de la calle, puesto que todos los espacios que evitemos regular son espacios donde la tecnología crece igual y además crece mal. La pregunta es cuánto tiempo vamos a poder tener unas administraciones que sólo regulan en el marco tecnológico por imposiciones de directivas europeas o a reacción cuando ya se ha generado el problema. Lo tenemos aquí, aprovecharlo para generar riqueza y bienestar depende sólo de nosotros.
Sergi Miquel Valentí (1989, Llagostera, Girona). Graduado en Diseño de Producto en la escuela ELISAVA de Barcelona y Bachelor of Art and Design de la Universidad de Southampton y Máster en Teoría y Crítica de la Cultura por la Universidad Carlos III de Madrid. Ha participado de diferentes organizaciones y entidades culturales siendo hoy socio de ADI-FAD y Omnium Cultural, entre otras. Diputado en el Congreso por PDeCAT.