La revolución digital es transversal
Pedro Mier, presidente de AMETIC (Asociación Multisectorial de Empresas de Tecnologías de la Información, Comunicaciones y Electrónica)
“La digitalización no tiene límites ni fronteras y abarca todos los ámbitos de la economía y la sociedad, con mucho potencial que explotar”
En los tiempos que vivimos, cualquier estrategia de gobierno y desarrollo de nuestro país y de nuestra economía debería promover una industria digital propia de la máxima solidez, que se desarrolle en un entorno que permita su crecimiento y expansión. El fortalecimiento de la industria digital española no puede basarse únicamente en el impulso de las infraestructuras. Se deben promover decididamente las tecnologías habilitadoras digitales, que constituyen la base imprescindible para la innovación y el fortalecimiento industrial, sobre las que extender el uso y los beneficios de las tecnologías a todas las capas del tejido productivo, de las Administraciones Publicas y de la sociedad en su conjunto.
Además de ser usuarios de la revolución digital, debemos aspirar a ser actores y, para ello, tenemos que desarrollar y dominar las nuevas tecnologías habilitadoras, como la micro y nanoelectrónica, inteligencia artificial, data analytics, cloud computing, realidad virtual, ciberseguridad, computación cuántica o robótica. El mundo se mueve a una velocidad imparable, donde la tecnología cada vez juega un papel más predominante en nuestro día a día. Todo lo que nos rodea, incluso lo más cotidiano, se está digitalizando. Los avances tecnológicos están cambiando nuestra forma de trabajar, comprar, pagar o interactuar.
En esta metamorfosis tiene mucho que ver la inteligencia artificial. Desde AMETIC, la patronal de la industria digital, reconocemos el papel que jugará como habilitador disruptivo en la transformación de nuestra industria y sociedad. Sin duda, la aplicación de la IA, con todas sus derivadas, está llamada a jugar un papel fundamental en el desarrollo de nuevas soluciones integrales que den respuesta a los retos actuales, mejoren los niveles de los servicios, anticipen comportamientos, o personalicen los servicios en función de las características individuales de cada consumidor.
Por otro lado, en este entorno, otras tecnologías disruptivas como las tecnologías cuánticas abren un mundo completamente nuevo y, en gran medida, desconocido. Los dispositivos cuánticos se basan en las leyes de la mecánica cuántica para ejecutar sus funciones. Hoy en día, estas tecnologías están generando un gran volumen de noticias y creando muchas expectativas, pues prometen ser uno de los pilares de la siguiente revolución científica y tecnológica que acontecerá en los próximos años. Su promesa radica en la gran potencia de cálculo que ofrecerá la computación cuántica, quedando desfasados los ordenadores clásicos. Permitirá realizar procesamientos que, con la capacidad actual, no son abordables.
En concreto, las tecnologías cuánticas tendrán aplicación en sensores, permitiendo metrología de precisión, escaneo de alta resolución en ámbitos como la imagen médica o navegación; ciberseguridad, donde prevé comprometer en el corto plazo los sistemas criptográficos actuales, o simulación, con aplicaciones en creación de nuevos materiales o moléculas. En definitiva, la computación cuántica y los ordenadores cuánticos podrán alcanzar potencias de cálculo desconocidas y muy superiores a las actuales en muchos órdenes de magnitud.
En la base de la mayoría de entornos y ecosistemas inteligentes, y presente en campos como la industria, robótica, movilidad, transporte y automoción, ciudades inteligentes, o agroalimentación, está el Internet de las Cosas, debido a su amplio carácter transversal. Las tecnologías de electrónica y de conectividad son cruciales para el IoT. A su vez, es una de las fuentes principales de generación de datos y supone uno de los principales interfaces entre el mundo físico y el digital. Por esta razón, está estrechamente ligado con otras tecnologías habilitadoras del ámbito digital como el ‘cloud computing’, el ‘big data’ o la inteligencia artificial. En ese sentido, los servicios de Cloud suponen una revolución en los sistemas de tecnología tradicionales. Junto con el 5G, debe ser uno de los cimientos que guíen las políticas públicas de digitalización en nuestro país para consolidar las bases que permitan el desarrollo de las demás tecnologías punteras.
Todo lo anterior debe desarrollarse en un entorno cibernético de confianza. Desde AMETIC, consideramos necesario resaltar el rol protagonista de la ciberseguridad como uno de los principales facilitadores de la creación de esta confianza, junto con otros conceptos cercanos (privacidad, protección de datos personales, aseguramiento del cumplimiento…). Por un lado, las soluciones digitales necesitan de sistemas abiertos, accesibles en movilidad y con la máxima conectividad, haciendo uso de nuevas tecnologías habilitadoras (IA, ‘big data’, ‘cloud computing’…) con lo que las exigencias de ciberseguridad, sin duda, se incrementan. Por otro lado, nos encontramos en un entorno de ciberataques cada día más globales y coordinados, con la utilización de herramientas muy sofisticadas a las que hay que hacer frente.
Mención especial merece el papel que las tecnologías digitales jugarán en el desarrollo de soluciones para la sostenibilidad de la vida y la Humanidad en nuestro planeta y la consecución de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) de las Naciones Unidas). En los próximos años veremos nacer y crecer con fuerza una nueva generación de empresas nacidas no sólo para ser sostenibles, sino para ayudar a la sostenibilidad global. La sensibilidad de las generaciones más jóvenes y el auge que está tomando las llamadas “inversiones de impacto”, así lo anuncian. Todas ellas harán un uso extenso de las tecnologías digitales.
He citado sólo algunos ejemplos de las tecnologías habilitadoras más disruptivas del momento, pero la realidad es que la digitalización no tiene límites ni fronteras y abarca todos los ámbitos de la economía y la sociedad. Por su carácter trasversal, aún queda mucho potencial que explotar en beneficio de la sociedad, y en los próximos años asistiremos a su crecimiento exponencial e imparable.
Revolución tecnológica: cambio de paradigma
en un nuevo orden mundial
Alicia Richart, directora general de la Asociación Española para la Digitalización (DigitalES)
El siglo XXI ha nacido en medio de un cambio disruptivo: numerosas tecnologías confluyendo al mismo tiempo y a gran velocidad, han transformado nuestra sociedad y nuestra economía. Más que una época de cambio vivimos un cambio de época. Los poderes públicos y la política, siempre más lenta en reaccionar a las tendencias globales, tienen por delante el reto de gobernar un mundo donde las reglas han cambiado. Es importante estar muy atentos a cómo los agentes reguladores y los poderes públicos afrontan la gestión de la transformación digital. ¿Estamos, por ejemplo, ante el fin de los grandes monopolios tecnológicos? ¿O por el contrario se están fortaleciendo y están sustituyendo el control democrático y la reflexión pública?
Los legisladores estadounidenses están lanzando una investigación antimonopolio sobre las compañías de tecnología más grandes del país. En última instancia, esto podría llevar a la primera revisión de las reglas antimonopolio en EE UU en décadas.
“Debemos aprovechar las ventajas competitivas y sociales que brinda la digitalización”
En líneas generales, los factores de producción tradicionales han cambiado: la tierra y el trabajo han cedido el paso a dos factores más importantes: el tiempo y los datos. Pero los datos carecen, por ahora, de una teoría de la propiedad. Es necesario construirla, delimitar el espacio público de los datos. ¿Es el algoritmo el nuevo “título de la propiedad”?
Estamos ante un cambio de orden económico de primera magnitud, un nuevo capitalismo, algunos ya lo llaman el “capitalismo cognitivo”, en el que la propiedad la aporta el algoritmo, y que funciona sobre la base de una privacidad asociada a la huella de los consumidores y usuarios de los contenidos.
En Europa ya se están abordando cuestiones como el derecho de los ciudadanos sobre sus datos, de ahí que la privacidad y la regulación de uso de esos datos sea una cuestión centra en el continente.
Mismas reglas del juego
Las actuales reglas del juego fueron diseñadas para entornos y empresas del siglo pasado. Se impone un replanteamiento para que todas las compañías tengan su papel en la economía digital, a nivel nacional y supranacional, de modo que puedan competir en condiciones de igualdad con el resto de los actores que han surgido y crecido en la última década.
Sólo con una regulación actualizada y una fiscalidad adecuada, donde los mismos servicios tengan que atenerse a las mismas reglas, se alcanzarán las condiciones óptimas para competir en la economía digital. No hay que olvidar que el objetivo compartido es impulsar la competitividad y la productividad de España, y para ello, el desarrollo del 5G es uno de los elementos principales, enmarcado en unas condiciones pro- inversión y no recaudatorias. En este sentido, entre otras acciones, para el desarrollo del 5G es necesario facilitar/estimular el acceso de los operadores de 5G a las infraestructuras de banda ancha fija, que permita el óptimo despliegue y la racionalidad económica de las redes. Además, desde la Administración General del Estado se debe facilitar a las administraciones locales el acceso a recursos y herramientas que les faciliten mantener el ritmo de despliegue que los operadores van a necesitar para ofrecer la capilaridad quelas redes de última generación requieren.
Transformación del empleo y de la educación
Unos de los cambios disruptivos más evidentes y con mayores factores de riesgos y oportunidades es el relacionado con el empleo. Es urgente evitar que se alcance la tormenta perfecta en nuestro país (desempleo estructural + desaparición puestos de trabajo), y afrontar la desaparición de empleos por la automatización de los procesos como una oportunidad para reformar tanto a los empleados como a los desempleados. Según estimaciones del Foro Económico Mundial, para 2025 más de la mitad de las tareas actuales en el lugar de trabajo serán realizadas por máquinas, en comparación con el 29% actual. También la Oxford Martin School calcula que actualmente hay 10 millones de puestos de trabajo con alto riesgo de desaparición. Tal transformación tendrá un profundo efecto en la fuerza de trabajo global. España necesita abordar de manera inminente iniciativas de formación y actualización de aquellos trabajadores cuyos puestos puedan ser reemplazados por tecnologías emergentes. Por otra parte, existe una correlación directa y demostrada entre mejores salarios y capacidades digitales.
Desde DigitalES, trabajamos estrechamente con el Ministerio de Educación y el Ministerio de Trabajo para actualizar el catálogo de formación reglada centrado en la Formación Profesional, nuestra gran tarea pendiente, desde la evolución del marco regulatorio de la ley 30/2015 de FP para el empleo.
Perspectiva deontológica
El escepticismo que la tecnología está suscitando, cuando no directamente la tecnofobia, viene dado, entre otras cosas, por las dudas y reticencias respecto al tratamiento de datos, y, por tanto, la privacidad de estos. En ese sentido es necesario distinguir a los actores que actúan con integridad y transparencia y de acuerdo con la regulación establecida. La inteligencia artificial, donde los datos juegan un papel fundamental, se enfrenta a desafíos crecientes en los que el establecimiento de códigos de conducta impulsados por la propia industria serán claves para que su desarrollo no presente sesgos indeseables en la programación de algoritmos.
En los próximos años, es claro que nos vamos a tener que enfrentar a cuestiones como la desinformación intencionada, la evolución de los denominados derechos digitales o la consolidación de una definición de identidad digital. Para todos, se requiere un esfuerzo de reflexión con una mirada a larga distancia que nos ayude a tomar decisiones como país.
Los avances tecnológicos deben contribuir a hacer que la sociedad sea más inclusiva y ofrecer mejores oportunidades para todos. Debemos aprovechar las ventajas competitivas y sociales que brinda la digitalización y, al mismo tiempo, mitigar los riesgos asociados a ella con un marco ético y regulatorio que garantice los derechos de todos, y que a la vez no suponga un obstáculo para el desarrollo de la nueva economía digital.
Auditar la sociedad algorítmica
Gemma Galdon Clavell, presidenta de Eticas Foundation
“Capturar el entorno y reproducirlo de forma autónoma no es algo necesariamente deseable”
A medida que los algoritmos y las soluciones de Inteligencia Artificial (IA) se generalizan, es urgente hablar de cómo proteger a la sociedad de los impactos de sistemas de datos que toman decisiones sobre nuestras oportunidades, derechos y posibilidades vitales. Si un día te niegan la prestación de desempleo, la atención médica o un contrato porque lo dicta un algoritmo, ¿a quién acudirás?
Es ya casi extraño abrir un periódico y no encontrar alguna referencia a los algoritmos. Ya sea en la sección de economía, tecnología o estilos de vida, estos procesos matemáticos se han convertido en poco tiempo en una pieza fija de nuestra cotidianidad informativa.
Los algoritmos se utilizan, por ejemplo, cómo primer filtro de candidaturas que aspiran a un lugar de trabajo. En un número creciente de lugares, también para determinar a qué prestaciones tiene derecho la ciudadanía y en qué cuantía, o para asignar riesgo y priorizar la atención social –a mujeres maltratadas, a menores excluidos, a personas sin hogar– o médica –en el triaje en la sala de urgencias, en las listas de espera para intervenciones quirúrgica–.
En un mundo donde todas las personas y procesos generan datos de forma permanente, la capacidad de los algoritmos de procesar estos datos masivos en tiempo real es la razón por la que hablamos cada vez más de ellos. Un algoritmo bien “entrenado” puede identificar un movimiento sospechoso en una tarjeta de crédito sin ninguna intervención humana: solamente analizando todas las instancias anteriores en que movimientos similares han resultado en fraude, por ejemplo.
En los últimos años, diferentes procesos tecnológicos nos han permitido avanzar en lo que se conoce como “aprendizaje automático”, que permite que los algoritmos tomen decisiones no sólo en base a los datos con los que se les ha entrenado, sino que incorporen la información que van recogiendo y generando en tiempo real. Con el aprendizaje automático, por ejemplo, un algoritmo de traducción automática será capaz no sólo de aplicar los datos (textos traducidos) con los que fue programado, sino de aprender de todos los textos que vaya analizando y traduciendo para ir mejorando de forma autónoma. Esta autonomía es la que alimenta los ríos de tinta que se dedican a la potencial sustitución de las personas por la Inteligencia Artificial.
Sin embargo, en el mundo real la aplicación práctica de los algoritmos en contextos de impacto social ha mostrado ya su cara más perniciosa. Por ejemplo, cuando Microsoft lanzó un perfil de Twitter de IA para demostrar como éste podía interactuar con el resto de usuarios de formas cuasi humanas, sus promotores se dieron de bruces con la inescapable realidad de que capturar el entorno y reproducirlo de forma autónoma no es algo necesariamente deseable: en pocas horas ese perfil empezó a tener opiniones racistas y nazis, ya que esto es lo que le “alimentaron” el resto de usuarios de la red social.
Igual que ese perfil de Twitter fue incapaz de entender qué ocurría a su alrededor y gestionarlo de forma responsable, muchos de los algoritmos que nos rodean se presumen neutrales mientras capturan y reproducen dinámicas sociales perniciosas o ilegales, desde la discriminación de género a la exclusión basada en el lugar de residencia, la edad o cualquier pieza que no encaje con la normalidad algorítmica. Recientemente ha sido noticia la tarjeta de crédito de Apple Card, que puede dar una línea de crédito 20 veces superior a un hombre frente a una mujer con mejor historial financiero. Ante estas derivas, ¿cómo garantizamos que la inteligencia artificial no amplifique lo peor de las dinámicas de discriminación y exclusión?
La discriminación de género algorítmica como la que aplica Apple es consecuencia de que, en el proceso de entrenamiento de las herramientas de IA, a ninguno de los diseñadores (seguramente todos hombres) se les ocurrió corregir este sesgo de la muestra, ni incorporar mecanismos de mitigación. Tampoco nadie les pidió que lo hicieran. La desregulación del espacio algorítmico es tal que no existen aún espacios de escrutinio sobre cómo estos sistemas toman decisiones o qué derechos tienen aquellos que se someten a ellas. La cascada de noticias sobre las víctimas de los procesos algorítmicos está poniendo sobre la mesa la necesidad de entender y regular estas nuevas realidades tecnológicas a través de prácticas concretas que trasciendan a la invocación de principios generales y los compromisos de buenas intenciones.
“Auditar la sociedad algorítmica tiene sentido si supone un ejercicio de escrutinio e incorporación de mejoras por entidades externas”
Si los algoritmos quieren capturar procesos sociales e incidir sobre oportunidades vitales, quienes los desarrollan deberán demostrar que cuentan con herramientas para comprender la complejidad de la sociedad, atravesadas por perjuicios, sesgos e injusticias que no deben reproducirse y amplificarse en sistemas algorítmicos. Recientemente un equipo de investigadores descubrió que el algoritmo de priorización de la atención médica en Estados Unidos asignaba a los pacientes afroamericanos menos prioridad que a los blancos frente a dolencias parecidas precisamente porque en el diseño del sistema no se tuvo en cuenta que los colectivos minoritarios tienden a desconfiar más de los sistemas de salud (por motivos históricos y culturales) y a recibir peor atención cuando acuden a ellos. Con estos datos históricos, los ingenieros diseñaron un sistema de perpetuación y amplificación de esa desatención, a pesar de que la existencia de estos sesgos en la atención médica está ampliamente estudiada.
A pesar de lo terriblemente preocupantes y generalizadas que son estas malas prácticas algorítmicas que desatienden la mitigación de sesgos, los impactos negativos de estos sistemas pueden ir mucho más allá. Cuando el sistema escolar de Washington DC incorporó un algoritmo para decidir a qué profesores despedir, decidió construir su algoritmo en base a los resultados de sus alumnos en dos asignaturas concretas (Matemáticas y Lengua). Este intento de objetivación algorítmica del despido, sin embargo, acabó rescindiendo contratos a docentes con resultados excelentes en otras asignaturas, y generando incentivos perversos en la plantilla restante, que dejó de tener motivos para esforzarse en la impartición de asignaturas que no fueran las que recogía el algoritmo.
Un algoritmo, además, puede estar sesgado desde su propia conceptualización. ¿Por qué se centra la sociedad algorítmica en el control de los pobres y los trabajadores? Varios autores han denunciado que los desarrollos tecnológicos actuales parecen estar creando una sociedad dual en la que los ricos cuentan con el privilegio de una atención personalizada, humana y regulada mientras que a los grupos vulnerables se les condena al Far West de la máquina, en el que no existe transparencia, derechos ni procedimientos claros para apelar las decisiones algorítmicas.
Muchas de estas cuestiones merecen una reflexión social profunda y la articulación de consensos sociales sobre qué es y qué no es aceptable y deseable. Pero para empezar a articular estos consensos hacen falta herramientas que nos ayuden a entender qué es lo que está ocurriendo. ¿Pueden las auditorías algorítmicas ser esa herramienta?
Auditar la sociedad algorítmica tiene sentido siempre que estas auditorías constituyan un ejercicio real de escrutinio e incorporación de mejoras realizado y verificado por entidades externas independientes. Utilizando procesos estandarizados y obligatorios que evalúen no sólo desde una perspectiva técnica, que nos condenaría a dar por válido un algoritmo discriminatorio siempre que la realidad también lo fuera; sino desde el cuestionamiento mismo de las hipótesis sobre las que recogemos los datos y del estudio de sus impactos concretos. Auditorías que valoren no sólo los procesos de datos, sino también las dinámicas que permean esos datos, las relaciones de poder y las desigualdades que condicionan y dan forma a nuestras sociedades. Que planteen de forma transparente qué sesgos existen, a qué grupos hay que proteger y de qué formas, y que velen por la correcta implementación de las decisiones algorítmicas hasta la última milla del impacto social: trabajando con usuarios y ciudadanos/as para entender cómo les afectan los sistemas que se diseñan y como proteger a las víctimas de las falsos positivos (casos en los que un algoritmo se equivoca), velando por la existencia de mecanismos de apelación y restitución de los derechos mermados, y fomentando la rendición de cuentas de los sistemas de datos.
La auditoría algorítmica puede permitir mejorar el encaje legal de estos sistemas, a los que la ley exige “explicabilidad”, pero también mejorar las tecnologías que se desarrollan. Si nos parece inconcebible un coche sin límite de velocidad ni cinturones de seguridad, un medicamento sin descripción de efectos secundarios o un alimento sin etiqueta, ¿por qué aceptar algoritmos sin garantías?
¿Por qué no competir en la carrera tecnológica con sistemas desarrollados por los mejores profesionales técnicos, pero también con equipos excelentes en la comprensión de las dinámicas contextuales relevantes y de las especificidades de la prestación de un servicio en concreto? Si estos procesos matemáticos capturan datos y toman decisiones de forma cada vez más autónoma, ¿por qué no exigir la existencia de procesos independientes de certificación de prácticas e impactos? ¿A quién dan miedo las auditorias algorítmicas?
Hola, robot amigo
Carlos Balaguer, catedrático de Robótica de la Universidad Carlos III de Madrid y director
de la Asociación Europea de Robótica euRobotics
“La simbiosis humano-robot es la que permite abordar tareas que antes eran impensables de automatizar”
Últimamente están apareciendo una gran cantidad de informes y artículos sobre las amenazas que van a generar la robótica, la inteligencia artificial y la automatización. Los medios se han hecho eco, en tono alarmista, del último informe OECD Employment Outlook 2019 que calcula en un 21,7% la destrucción de empleo en España en los próximos años debido a la automatización. Por otro lado, el consultor norteamericanas Phil La Duke llegó a afirmar en una revista especializada que perderemos nuestro trabajo debido a los robots. Otros titulares auguran que los robots dominarán el mundo en sólo 20-30 años y que los humanos no podremos competir con ellos.
Parece irónico que a estas afirmaciones alarmistas sobre la robótica y el desempleo se unan algunos políticos y economistas que no previeron (o no quisieron prever) la crisis económica que nos azota desde hace una década y que está generando millones de parados y ha destruido a una brillante generación de jóvenes. Es más que sorprendente que digan ahora que la robótica y la inteligencia artificial van a generar paro. Parece evidente todo lo contrario, la tecnología conlleva empleo y bienestar mientras las malas prácticas gubernamentales y económico-financieras nos llevan al desempleo y al empobrecimiento.
En mi opinión, esta agitación en contra de la robótica no tiene ningún fundamento y está muy alejada de la realidad. La discusión no es nueva, ya en la época de la primera revolución industrial surgieron movimientos, como el ludismo, que iban en contra de la máquina de vapor argumentando que destruían empleo. Sin embargo, todas las revoluciones tecnológicas han supuesto, sin duda alguna, la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos.
Lo que pocos analistas señalan es que en los sectores con un alto nivel de robotización no solamente no aumenta el paro, sino que sus empresas producen más y son más competitivas. De hecho, los países con mayor densidad de robots son los que cuentan con mayor riqueza, siendo el top tres Corea, Alemania y Japón con 774, 338 y 327 robots por diez mil empleados, mientras China cuenta con sólo 140 (según la IFR 2018).
Son varios los estudios que demuestran que el balance entre la desaparición de trabajos y la creación de nuevos puestos será netamente positivo. El informe ‘The Future of Jobs Report 2018’ del Foro Económico Mundial señala que “en 2022 las máquinas crearán 58 millones de trabajos más de los que desplazan”. Países como China, con prácticamente ilimitada mano de obra barata, ha lanzado el mayor programa de robotización del mundo que prevé la producción anual de 150.000 robots. Han entendido que la robótica y la automatización conlleva productos de mayor calidad y mayor valor añadido.
Feng Ke, uno de los jefes de línea de la fábrica de Shenzhen de Foxconn, la mayor empresa del mundo de fabricación de telefonía móvil, con más de 1,2 millones de trabajadores, afirma que “no tiene miedo a que los robots ocupen los puesto trabajos, los humanos seremos sus jefes”. Los trabajadores cuyos puestos han sido sustituidos por robots han visto aumentado, después de una formación complementaria, su salario de¥2.000 a¥4.000 y con mejor calidad de sus puestos de trabajo. “Los robots no pueden sustituir a los operarios en todas las tareas debido a la mayor destreza e inteligencia de los humanos“, afirma Feng en Tmtpost.
La robótica inteligente está creando y creará innumerables nuevos empleos, en muchos casos difíciles de predecir hoy en día. Igual que los Smart Phones han creado, solo en la última década, 29 millones de nuevos puestos de trabajo, la robotización desplazará trabajos más rutinarios, peligrosos y menos cualificados a favor de nuevos empleos más creativos y con mayor valor añadido.
La robótica moderna se divide en dos grandes grupos, la robótica industrial y la robótica de servicio. Un ejemplo del primer grupo, que cuenta con cerca de 2,5 millones de robots en el mundo, es el sector del automóvil. Cada año se añaden más de120.000 nuevos robots en automoción lo que ha llevado a duplicarla producción de vehículos en la última década y genera unos 9 millones de empleos. De hecho, el precio de los coches modernos es tan asequible gracias a la robótica y la automatización.
Es curioso que la mayor innovación actual de la robótica industrial sea la robótica colaborativa, es decir, los operarios colaborando con los robots en tareas de alta complejidad en donde hay que combinar la destreza y percepción de los humanos con la rapidez y “fuerza” de los robots. Esta simbiosis humano-robot es la que permite abordar tareas que antes eran impensables de automatizar.
Por otro lado, están los robots de servicio que se definen como robots que operan en entornos no-fabriles (casas, hospitales, al aire libre) en tareas de ayuda y apoyo a los humanos. En este grupo se encuentran los robots más avanzados con alta capacidad de percepción, locomoción, manipulación y toma de decisión. Las aplicaciones son múltiples tales como robots sociales, robots asistenciales, robots de campo, robots de servicio profesional, robots médicos, etc.
Este último sector de salud es uno de los emergentes. El número de robots cirujanos daVinci© ha aumentado hasta más de 5.000 en el mundo, realizándose 2.800 operaciones con sus 47 robots instalados en España en 2018 y no registrándose paro entre los cirujanos. Lo mismo pasa con los robots en sector logística que registra tanto un importante crecimiento de empleo como de robots con cerca de 300.000 unidades instaladas en 2018.
Todos estos avances nos llevan al nuevo concepto de Robots Inteligentes que une la robótica avanzada, la ciencia de datos y el aprendizaje de máquina. La destreza y la inteligencia de estos robots son muy avanzados. No obstante, todavía estamos muy lejos de los robots de la Guerra de las Galaxias©. La Inteligencia Artificial resuelve satisfactoriamente algunos problemas concretos, pero está muy lejos de ser una inteligencia general.
Hay muchas preguntas que están en el aire con esta transición a la sociedad robótica. Debemos prepararnos con varias medidas concretas. En primer lugar, preparar a las nuevas generaciones con una mejor educación tanto escolar como universitaria. También con la reeducación / recolocación de los colectivos más vulnerables. Igualmente debemos contribuir a la creación de nuevas leyes y la roboética. Así mismo, hay que explicar a la sociedad y a los gobernantes que la alarma creada no está justificada y que las nuevas tecnologías son una oportunidad para España. Una oportunidad para crecer y ser más competitivos. Y sobre todo para mejorar la calidad de vida de las futuras generaciones. Así que, Hola, robot amigo. Te esperamos.
Impacto laboral de las tecnologías y estructuras participativas
Amparo Merino Segovia, profesora titular de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social
de la UCLM
En el informe ‘Trabajar para un futuro más prometedor’ presentado en 2019, la Comisión Mundial sobre el Futuro del Trabajo –OIT– ha dado a conocer los cambios que está experimentado el trabajo y los procesos de transformación a los que necesariamente se tiene que adaptar. Es el que habitamos un mundo señalado por el desempleo y la precariedad, por la inestabilidad laboral, por el crecimiento de la desigualdad, la pobreza y la exclusión social. Un mundo que, ante la desvalorización de los derechos sociales, reclama un nuevo modelo de desarrollo social y económico sostenible, que reconozca prioridad al interés colectivo y recupere la confianza de la sociedad en las instituciones.
«El modelo vigente de relaciones laborales no ofrece respuestas eficaces a la expansión de las tecnologías de la información»
Se habla hoy de valores, percepciones, políticas y procedimientos que intervienen en la realidad productiva; de sistemas de medición de objetivos personales y colectivos, de nuevas iniciativas, de la misión de la organización, de la apertura del trabajo a la flexibilidad, de los nuevos espacios del trabajo o workplace; de una cuarta revolución industrial que incorpora las tecnologías digitales, de trabajadores/as digitales (e-nómadas) y de nuevas condiciones laborales. Los cambios que acompañan a esta revolución 4.0 están teniendo repercusiones insospechadas sobre la sociedad, que ha de afrontarlos respetando los derechos fundamentales y salvaguardando la dignidad del trabajo. Es evidente que el modelo legal vigente de relaciones laborales no ofrece respuestas eficaces a este cambio social protagonizado por la expansión de las TIC, a las que acompañan nuevas formas de economía y de empleo, y ante las que el Derecho del Trabajo, ya desde la delimitación de su ámbito de aplicación, pasando por las reglas de ordenación y de protección social, manifiesta su insuficiencia al no haber sido capaz de proponer cauces de tutela orientados a un desarrollo socialmente sostenible de estas formas de trabajar.
El Derecho del Trabajo debe asumir nuevas funciones y enfrentar los desafíos que se le presentan actualmente. La expansión de la economía informal en un contexto de deslaboralización con procesos de descentralización y dispersión social, en sus múltiples formas y dimensiones, perturban las relaciones de trabajo y dotan de complejidad a los mecanismos de participación e intervención sindical. Zonas en las que se descubren serias resistencias a la sindicalización, y que se detectan en ciertas actividades económicas emergentes, muchas anudadas a la economía digital; también los empleos con baja cualificación profesional escapan con frecuencia de la tutela colectiva.
uEl Derecho del Trabajo tiene que adecuarse a la realidad vigente, a las nuevas estructuras empresariales y penetrar en territorios de difícil acceso para él. Uno de sus retos es dar cobertura a los más precarizados, a quienes se integran en procesos de outsourcing tecnológico y de desagregación espacial. No tiene otra opción porque la digitalización y la descentralización en sus variadas expresiones se mueven en espacios de licitud, que desde el imaginario colectivo son percibidos hoy como fenómenos naturales, inevitables e irreversibles.
Con la incorporación de las tecnologías irrumpen nuevos modelos de producción que dificultan el libre ejercicio de los derechos individuales y colectivos, con serios obstáculos para su pleno desarrollo en las plataformas digitales. La organización colectiva debe ajustar sus estructuras y estrategias a espacios globales y globalizados en proceso de cambio constante y reforzar sus capacidades de representación para abrazar un universo cada vez más diverso e impreciso, menos inclusivo, en el que confluye variedad de intereses sociales y económicos. Esta realidad, gobernada por la automatización, la digitalización, la robotización, la inteligencia artificial y la plataformización, obliga al sindicato a (re)instalarse en un entorno que no le es favorable, merced a las asimetrías de poder subyacentes que obstaculizan la acción colectiva.
El sindicato no tiene más opción que interactuar y penetrar en sectores emergentes, ideando políticas novedosas que pasan por un cambio en las prácticas comunicativas y una mayor conectividad virtual, cuando la presencia física en tiempo es de compleja realización; se deben definir estrategias y superar la idea de que se pueden reclamar condiciones de trabajo justas al margen de la organización sindical. El refuerzo y la recuperación de una identidad colectiva, base del progreso y de la justifica social, el aprovechamiento de las oportunidades que brinda la tecnología para conectar al sindicato con las personas trabajadoras, deben ser acompasados con nuevos refuerzos de participación y diálogo social, que fomenten alianzas transversales e incorporen a actores que tradicionalmente han quedado fuera del campo de acción de las relaciones laborales. Se trata, a la postre, de actuar en sectores productivos caracterizados por la indeterminación geofísica de la mano de obra, con serias dificultades para identificar al empleador –que se dice virtual, y que acaba difuminado y camuflado algorítmicamente–, dando cobertura a quienes se insertan en estas nuevas formas y yacimientos de empleo, con condiciones laborales, por lo común, devaluadas y desprovistas de las garantías suficientes para dignificar su trabajo.
La formación de organizaciones de representación colectiva independientes con un poder contractual sólido y equilibrado es, por tanto, imprescindible si se quiere garantizar que todas las personas trabajadoras participan de unas condiciones laborales saludables e inclusivas, que permitan el libre ejercicio de los derechos de ciudadanía sin interferencias ni sometimientos. Revalorizar, dar un nuevo impulso al trabajo con derechos, supone poner fin a la desregulación e individualización de las relaciones laborales, a la precarización y al deterioro de las condiciones de trabajo y fortalecer la autonomía de las personas trabajadoras en defensa de sus intereses de clase. Cualquier intento de desvalorizar la negociación colectiva no solo supondrá despojarla de su condición de instrumento de ordenación de las condiciones laborales, sino promover también una mayor desigualdad en la distribución de las rentas del trabajo y el capital.
En este contexto, las estructuras sindicales no tienen más opción que alzarse como un poder compensatorio que impida que las políticas sociales y económicas queden en manos de unos pocos actores dominantes del mercado. Debe la organización sindical dotarse de técnicas innovadoras de organización inclusivas y de participación global, y recurrir a la tecnología y a los medios digitales para facilitar el intercambio de información y la acción conectada y concertada, dentro y fuera de los lugares de trabajo tradicionales. Replantear las estructuras de representación y participación ante las transformaciones de la organización empresarial es, en consecuencia, una prioridad, que exige una reformulación de conceptos.
El nuevo marco regulador alienta procesos de descolectivización de las relaciones laborales, que se ven reforzados con fórmulas de trabajo flexible, a distancia, atípico y parcial, en un universo donde la digitalización prescinde de la organización colectiva representativa de los intereses del trabajo asalariado. En contraposición a las tendencias marcadas por las reformas de la crisis, inspiradas en políticas de corte neoliberal, y para afrontar las nuevas realidades productivas, el reforzamiento de los vínculos entre el sindicato y la empresa es un reto que debe ser (re)orientado a potenciar la acción sindical como un contrapoder capaz de gestionar el conflicto sobre el dominio empresarial. El Informe de la Comisión Mundial sobre el Futuro del Trabajo subraya que “la concentración del poder económico y la debilitación del poder de las organizaciones de los trabajadores y la negociación colectiva han contribuido al aumento de la desigualdad dentro de los países”. En estas circunstancias, el fortalecimiento de las instancias de representación colectiva y el refuerzo de la negociación colectiva han de ser el soporte básico sobre el que debe fundarse la ordenación de las relaciones de trabajo de cualquier sistema democrático.